SOBRE EL CAMINO

Por Benjamín Bojórquez Olea

SINALOA EN AGONÍA: ¿QUIÉN NOS DEVOLVERÁ LA ESPERANZA?

Desde hace décadas, Sinaloa ha sido el epicentro de un fenómeno que desafía no solo al estado, sino también a la cohesión social. La violencia generada por el narcotráfico ha moldeado la vida cotidiana, dejando marcas profundas en la historia del estado. Desde los primeros enfrentamientos documentados en las montañas hasta las masacres en zonas urbanas, la narrativa de Sinaloa está teñida de balas, sangre y miedo. La población ha aprendido a sobrevivir entre las sombras de un conflicto que parece no tener fin.

La economía no ha sido inmune. Los pequeños negocios, que durante años representaron el esfuerzo de familias trabajadoras, enfrentan una realidad devastadora. El restaurante del Chef Miguel Taniyama, con 25 años de historia, es un claro ejemplo de esta crisis. La violencia no solo ahuyenta a los clientes, sino también la esperanza. «Solo me queda emigrar, cerrar o conectarme a una estufa en un garaje», dice resignado, mientras observa cómo su sueño se desmorona ante la ausencia de clientes. Como su caso, hay cientos. Comercios, hoteles y negocios callejeros agonizan ante la indiferencia de quienes deberían garantizar estabilidad.

Las calles se vacían al anochecer, y el temor se impone como un silencioso toque de queda autoimpuesto. Los músicos, que alguna vez llenaron las plazas con vida y alegría, ahora sobreviven tocando en los semáforos. Los hoteleros, por su parte, registran índices mínimos de ocupación, mientras el turismo se desvanece. Sin apoyos, sin incentivos, los sectores productivos se enfrentan a una crisis que parece invisible para el gobierno. Los enfrentamientos entre organizaciones criminales han convertido a Sinaloa en un territorio de incertidumbre, donde el progreso parece una utopía y la vida cotidiana se mueve bajo la sombra de la violencia.

El problema no es nuevo, pero se agrava con cada gobierno que evade reconocer la magnitud de la crisis. La historia nos recuerda que las promesas vacías no llenan las mesas, y la indiferencia oficial solo alimenta la desesperación. La sociedad enfrenta la paradoja de seguir adelante, aunque el camino esté bloqueado por la violencia y la inseguridad. Cada detonación no solo cobra vidas, sino también sueños y proyectos.

La falta de compromiso de quienes gobiernan no es exclusiva de Sinaloa; es un reflejo de una problemática nacional. Cuando un grupo está en el poder, humilla y descalifica a los adversarios. Y cuando la situación cambia, los antes sentenciados en juicios sumarios públicos se convierten en inquisidores, promoviendo leyes para hostigar a los demás.

De manera cínica nos advierten que las instituciones que nos dan certidumbre se van al diablo y que no «me salgan con que la ley es la ley». Anulan las garantías constitucionales mientras abrazan y juguetean con niños y ancianos, sintiéndose protectores, pero dejándolos desvalijados incluso de sus esperanzas.

El contraste es evidente cuando miramos a países como El Salvador, menos desarrollados y con menores recursos que el nuestro, que se convierten en ejemplos de cómo un Estado de Derecho puede transformar la realidad en menos de cinco años. Pero en México, pactar con tiranos y abrir las puertas a las células criminales parece ser más sencillo.

Hoy, Sinaloa no solo lucha por recuperar la paz, sino también por rescatar su dignidad. Cada día que pasa sin una estrategia clara para combatir este mal es una jornada más que el estado pierde ante el caos. La avaricia y la soberbia de la clase política han degradado la confianza ciudadana, alimentando un círculo vicioso de desesperanza y abandono.

Los jóvenes no encuentran un empleo digno porque se favorece al comercio ambulante o, peor aún, porque se imponen criterios arbitrarios que limitan su desarrollo. El financiamiento a los partidos políticos y el manejo discrecional de los presupuestos solo perpetúan la corrupción, mientras las candidaturas se ganan como pago por facturas políticas.

La sociedad ha comenzado a buscar nuevas formas de gobierno porque los políticos han perdido confianza, cercanía y reconocimiento. Hay millones de personas con capacidad para lograr grandes cambios sin dejar heridos ni muertos políticos. La grandeza está en los valores, y ese principio ha sido olvidado por quienes detentan el poder.

GOTITAS DE AGUA: El verdadero desafío no está en enviar más soldados desde México o en fingir soluciones superficiales. Está en mirar de frente el problema, aceptar las responsabilidades y trabajar en conjunto para devolverle a Sinaloa lo que le han arrebatado. Pero mientras eso ocurre, la realidad se impone: cada disparo, cada negocio cerrado, cada familia desplazada, cada niño fallecido, es un recordatorio de que aquí, en este estado de contrastes, la vida sigue costando apenas unos cuantos centavos. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos el lunes”…